terça-feira, agosto 01, 2006

NARCISO








Donde Narciso mira
está el presente,
porque Narciso atiende a un agua
quieta, como espejo de Luz
entre los árboles...

A un silencio sin fin,
sin tregua alguna, sin posible
parada sobre el tiempo.
Todo es calma a esta hora
y el ánimo está ausente:
no hay brevedad en las hojas
ni en el leve descanso de las aves;
no hay extraño rumor,
ni secreto en el aire vanamente
latiendo.
Silencio todo,
hasta esas bellas ninfas que observan
detrás de la espesura
quedan quietas de asombro:
Narciso mira el agua
tristemente, como la flor
que pronto ha de cerrarse,
pero no hay ademán
de molestia o cansancio,
su frente es sólo blanca,
y no la enturbia el sueño
apenas comenzado.

Sin ardor canta el pájaro
en la rama azulada,
cuando desciende el sol
y se empieza la tarde,
junto a jardines altos
humeantes de esencias,
junto a amansados lagos,
como espejos en llamas.
Las lágrimas se apresuran al cuerpo
y el corazón espera en su amargura.

Nadie sabrá decirlo con el tiempo,
nadie sabrá cantarlo,
estatua florecida, solícita la imagen
quebrándose entre sombras.
Soldado que se clava o se rompe
con el viento del sur,
remanso que se aguarda.
Se dejarán atrás el insistente llanto,
de cuya amarga forma
el alma se estremece.
Ese celeste desafío
que irrumpe como un ave,
tal si fuera la palma
más alta de un oasis.

Nadie se acordará
de cómo sin torpeza,
sin movimientos vanos,
el hombre, la hermosura,
lo masculino todo,
se asomó sobre el lago,
(el abismo seduce al corazón sereno)
y preguntó en el aire
el misterio del mundo,
fatalmente.

(José Lupiáñez, em Ladrón de Fuego, Granada, 1975)

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